Todos los edificios históricos de la antigua cárcel de Carabanchel han sido reducidos a polvo.

Permanece todavía en pie el pabellón del antiguo Hospital Penitenciario, actualmente destinado a Centro de Internamiento de Extranjeros (C.I.E.), en el que se priva de libertad, de nuevo hoy, a inocentes que no han cometido delito alguno: los inmigrantes sin papeles.

Por ello, nuestra Plataforma, en coherencia con su planteamiento y tras la desaparición del resto de los edificios, exige al Gobierno que destine esta dependencia para el Centro de la Memoria que solicitamos.

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jueves, 23 de octubre de 2008

La Plataforma convoca una acampada en la cárcel de Carabanchel

La Plataforma por un centro para la paz y la memoria en la cárcel de Carabanchel ha convocado una acampada a partir de este viernes 24 a las 18 horas en el parque anexo a la antigua prisión para impedir que se derribe la cúpula central.

A lo largo del fin de semana está prevista la asistencia de diferentes ex presos y personajes relevantes del mundo de la cultura y el sindicalismo, e incluso el sábado a las 12:30 horas el eurodiputado Willy Meyer ha manifestado su intención de entrar en el interior del edificio para comprobar el estado de los trabajos.

En la mañana de hoy la Plataforma ha informado al Juez Garzón, que incluyó una solicitud de información sobre el derribo de la cárcel en su auto del pasado 16 de octubre sobre las diligencias previas del procedimiento por el que investiga los crímenes de la dictadura, sobre el inicio de las obras de derribo que comenzaron el pasado martes. A juzgar por el ritmo de las obras, parece que Instituciones Penitenciarias tiene la intención de enterrar lo antes posible la historia del sufrimiento que representó la dictadura y quiere hacer callar las múltiples voces que se han levantado contra esta barbaridad histórica.

El objetivo de la Plataforma es mantener la cúpula y aquellos elementos de la estructura central que aseguren la construcción de un centro para la paz y la memoria que sirva para recordar la represión que sufrieron miles de personas por el simple hecho de oponerse a la dictadura franquista, con el objetivo de no olvidar la historia para que no vuelva a repetirse. Este objetivo requiere un espacio físico que no se puede sustituir por una placa, un monumento o una mención en las calles de la nueva urbanización como quiere el Ministerio del Interior.

Pero además, la Plataforma se opone a que se especule con el terreno a través de la construcción de 650 pisos, y comparte las reivindicaciones vecinales que solicitan que todos los terrenos se dediquen a equipamientos sociales, y especialmente un hospital público, actuaciones totalmente compatibles con el mantenimiento de la cúpula y el espacio para la memoria que proponemos.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Carabanchel está grabado a fuego en la piel moral de todos los españoles. ¿Cómo olvidar que ése es el principal santuario de nuestra memoria histórica? ¿Hay acaso otro edificio que pueda mostrar mejor la verdadera naturaleza del franquismo? Mientras la España oficial de los vencedores levantaba su granítica glorificación en el Valle de los Caídos, otras cuadrillas de presos republicanos (es decir, esclavos) construían en Carabanchel el contramonumento ominoso, un centro de represión modélico por representar arquitectónicamente, a una escala sin precedentes, el ideal punitivo del control carcelario. Es el panóptico más grande del mundo, planeado ya cuando ese modelo de cárcel estaba siendo abandonado en todas partes.

Aunque la portada principal, de granito gris, parece un remedo de las iglesias clasicistas de los discípulos de Herrera (concordando así con las ínfulas imperiales del momento), el grueso de la construcción está desornamentado, con potentes estructuras de hormigón y ladrillo visto al exterior. Es un edificio sincero en el sentido de que no oculta su función ni disimula la austera funcionalidad de sus materiales. Pero hay otras razones para considerarlo como una entidad arquitectónica excepcional. Sus ocho naves radiales, convergiendo hacia el punto donde está la torre de control, son imponentes, con cuatro pisos de celdas y potentísima iluminación cenital. Unas pasarelas transversales permitían el paso rápido hacia la zona opuesta de esas naves. ¿Cómo no recordar las vistas diagonales y los pasadizos volados en las carceri de Piranesi? Para facilitar la visibilidad desde la torre central esas galerías no tienen planta rectangular sino trapezoidal. Son alargadas estructuras cuya convergencia de líneas refuerza la sensación perspectívica de infinitud: oblicuas, casi caligarianas, como si delataran inconscientemente las implicaciones expresionistas y delirantes del lugar.

La parte central parece una consecuencia del gigantismo desaforado de sus galerías, pues sólo un cilindro cupulado, de treinta y dos metros de diámetro, podía acoger el arranque de unos radios tan colosales. Carabanchel, pues, posee la cúpula más grande de España, comparable sólo a la de la iglesia dieciochesca de San Francisco El Grande de Madrid. Pero sus características técnicas la convierten en algo muy singular, y quizá no haya en todo el mundo otro caso como éste de un casquete semiesférico de hormigón, de una sola pieza, en una escala tan desmesurada. Aunque sólo fuera por esto, ya merecería la pena mantener en pie el edificio, como un testimonio ejemplar de nuestra mejor tradición constructiva.

Pero aún hay más. Ya hemos dicho que la sobria desnudez del conjunto se avenía bien con sus funciones punitivas. Durante los primeros años del franquismo hubo entre los arquitectos una cierta pulsión metafísica, un tanto surrealizante, que se combinó con un revival clasicista no exento de contaminaciones procedentes del Movimiento Moderno. Algunos buenos profesionales de aquella época siniestra no pudieron evitar el cultivo de cierta clase de patológicas utopías. ¿Ensueños o pesadillas? La respuesta se halla en Carabanchel: la prodigiosa fantasía de una ciudad ideal, a lo Campanella, rigurosamente centralizada, controlada por el Gran Ojo Vigilante, se construyó de verdad. Y no era una maqueta sino una gran entidad para albergar bajo un régimen común, perfectamente regulado, a unos dos mil reclusos a la vez. He aquí la España ideal del régimen franquista, entre monástica y militar, materializada en un edificio aislado del resto del mundo, bunkerizado, como la delirante (anti)utopía ucrónica (y anacrónica) que fue, en fin, todo aquel largo periodo de nuestra historia reciente.

El caso es que aquella arquitectura de filiación metafísica pudo valorarse, con supuestos ideológicos contrapuestos, muchos años después (en los años setenta y ochenta), gracias a los proyectos de la italiana tendenza y a otras propuestas de la postmodernidad. Grandes figuras internacionales como Aldo Rossi, Krier o Venturi habrían amado las cualidades arquitectónicas de Carabanchel, y estoy seguro de que darían algo serio por tener la oportunidad de rahabilitarlo. Esta cárcel no es un edifico arruinado: su estructura parece intacta, a pesar del vandalismo sistemático que han consentido (o estimulado) en los últimos tiempos las autoridades responsables. La fachada, el pasadizo abovedado que conduce desde allí al centro del panóptico, así como sus galerías radiales, están en buenas condiciones y deben conservarse enteras, y no sólo la cúpula central. El resto (varios edificios adheridos, como el hospital, o la antigua cárcel de mujeres) sí podría tirarse, liberando terreno y satisfaciendo de esta manera algunos de los intereses en juego.

Los brazos del panóptico son aptos para albergar en el futuro algunas cosas de gran utilidad social. El centro de la memoria histórica que propugnan los vecinos de Carabanchel, por supuesto; pero habría espacio, también, para otros equipamientos como los que sugiero ahora sin pensarlo demasiado: almacenes del Museo Reina Sofía, estudios para artistas emergentes, museo del barrio, ¡o hasta un centro comercial! Claro que todo ello debe ser debatido por los agentes sociales, lo mismo que los eventuales proyectos de rehabilitación. Pero lo más urgente ahora es detener la demolición. Por favor, salvemos Carabanchel, que no se destruya para siempre una parte esencial de nuestra memoria histórica. No nos carguemos un monumento de primera magnitud, el espacio arquitectónico más impresionante (con mucha diferencia respecto a cualquier otro) que hay ahora en Madrid.

Juan Antonio Ramírez

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